V.
Un curso escolar más transcurrió, Chava había ya avanzado más de
la mitad de la carrera y ahora se encontraba en el período vacacional del
estío, como todos los años, los pasaba al lado de sus padres, en el pueblo,
practicando, de la misma manera de siempre, su toreo de salón, con la ayuda del
de siempre: del Chel.
De Chío puede contarse también lo mismo, sus actividades
rutinarias no habían variado su vida, coser, bailar solitariamente y hacer la
compra casi a diario; los domingos, a misa, vuelta a su encierro y el lunes
volver a comenzar.
Nadie sabía si Chío estaba conforme o si esa rutina carcelaria le
hacía sufrir, nadie se lo había preguntado nunca, nadie se preguntaba si
necesitaba cariño, compañía, o simplemente alguien con quién hablar largo y
tendido o si le apetecía tomarse un café con compañía, la verdad, era que como
daba nulos motivos para hablar de ella, la gente se olvidaba de su existencia
casi por completo.
El arte flamenco lo tenía ya tan dominado, que era una experta en
todos los palos de esta danza, las castañuelas las tocaba con maestría a fuerza
de ensayar puntualmente todos los días, salvo los domingos que los dedicaba al
culto religioso, única actividad lúdica, y cuando llegaba a casa después de
haber cumplido como católica, le quitaba el polvo a los recuerdos más preciados
de sus padres: el traje de luces azul y oro que estaba dispuesto en una vitrina
del salón de estar, terno que llevaba ya muchos años ahí exhibiéndose y que la
familia lo guardaba como recuerdo cuando su padre toreó una vaquilla en una
ganadería local un día de fiesta.
Para esa ocasión, un joven y soltero Juan Antonio, había
conseguido el traje de luces, era de segunda mano y bastante desgastado, pero
fue el que pudo pagar y con él se sintió verdaderamente torero y muy contento
de poder calmar sus ansias de matador.
En una mesilla que estaba justo al frente del traje taurino,
estaba una preciosa pieza de Lladró que Don Juan Antonio había comprado para su
esposa en una tienda de la Ciudad. La pieza representaba un cuadro
tradicionalmente flamenco, bailaora con traje de cola arrodillada y bailaor
plantado con garbo detrás de ella.
Chío quitaba con gran dedicación el casi nulo polvo que había
depositado en estas dos piezas, mientras escuchaba, bien sea “La Leyenda del
Beso” o “Sobre las Olas”, la buena música siempre la había acompañado en sus
horas más felices y en sus momentos más solitarios.
A Chava le saludaba muy formalmente en misa durante los períodos
vacacionales y no volvía a saber de él sino hasta el siguiente domingo que
volvía a encontrárselo en la iglesia.
Así transcurría el verano en el pueblo, la novedad que en su
momento causó el temerario proceder de la corredora, había ya perdido su
frescura y la gente se había acostumbrado a la rutina de verla. Tanto es así,
que las cotillas guardianas damas inspectoras y vigilantes de la moralidad y
las buenas costumbres se habían cansado ya de pegarse los heroicos madrugones
para poder espiarla desde sus ventanas y vigilar si la deportista hacía algo
más que correr, hasta que se convencieron que “la loca” en cuestión no hacía
más que darle un determinado número de vueltas a la plaza del pueblo que para
esas horas de la mañana estaba ya completamente despejada.
Completamente despejada estaba porque también los varones necios
del pueblo se habían aburrido ya de acudir todas las mañanas para ver si la
muchacha les daba alguna alegría sexual; no sabían exactamente qué tipo de
alegría podía ser ésta, pero pasaron mucho tiempo con esta esperanza hasta que
se convencieron que la susodicha estaba “loca de remate” y que lo único que
hacía era correr alrededor del ágora como si estuviera cumpliendo contrato.
Éste, era un amanecer igual a los anteriores, cálido, pero a esas
horas de la mañana era de una temperatura sumamente agradable, hubiese sido
igual que siempre, de no ser por un ruido que hizo que Chío abriera los ojos
intempestivamente, la cabeza se le tornó confusa, un griterío se oía, el cuerpo
le tenía todavía aplomado, pegado a la hamaca, necesitaba cerciorarse si el
bullicio era parte del sueño o de la realidad.
Después de unos segundos, logró ubicarse: los gritos venían de la
calle, eran gritos en tono de protesta, reproche y reclamo. Se combinaban los
dos idiomas: castellano y maya; Chío se ubicaba más a cada momento, parecían
gritos de protesta de gente campesina. Sí, seguro, eran voces de “mesticitos”.
Se envolvió con la fina sábana con la que dormía y se dirigió
hacia la puerta de entrada, descalza y con el pelo revuelto, con una mano
sujetaba a la altura del pecho, dos puntas de cada uno de los lados de la
sábana, dejándola en forma de capa muy larga, y con la otra, giró el ganchito
para entreabrir cautelosamente el postigo.
Se asomó, pero no veía nada ¿en dónde estaban los que gritaban?
Trató de mirar otra vez, pero no conseguía ver nada. Cerró el postigo y fue a
su habitación a cambiarse de ropa para poder salir a ver lo que ocurría. Para
una vez que tenía buen pretexto para salir, no se lo iba a perder.
Salió con un pesado crucifijo de oro macizo que había terminado
por guardar en un armario, después de haber intentado en varias ocasiones,
fijarlo en la pared, si hubiese habido un hombre que supiera de herramientas y
de clavos adecuados para hacerlo, el crucifijo hubiese permanecido colgado,
pero la que intentaba ponerlo era Chío, así que terminaba por caerse de forma
aparatosa, motivo que determinó el que renunciase definitivamente a colgarlo.
Ahora le servía de doble herramienta, uno, para que la gente viera
que buscaba la compañía de Jesucristo y por lo tanto, salía sin tener malas
intenciones, y la otra, como posible arma de defensa, por si acaso la cosa se
ponía fea.
Tuvo que andar un poco, calle arriba en dirección al edificio de
la Alcaldía para poder ver a los bulliciosos. Ahí estaban, eran muchos, sólo en
las procesiones del Gran Poder de Dios había visto a tanta gente reunida,
ahora, gritando, en vez de rezar y cantar.
Fue la primera en llegar para observar a los escandalosos venir
marchando desde lejos, luego fueron llegando otros curiosos. Los manifestantes,
eran todos campesinos, “mesticitos”; estaban a las puertas de la Alcaldía,
nadie salía a atenderles, era lógico, el personal no había llegado aún.
Después de un rato, llegó el Secretario, habló brevemente con
ellos, tomó nota sobre el asunto a tratar con el Alcalde, y subió a su
despacho. Se ve que informó de alguna manera a su jefe, pues éste cuando llegó
no se mostró sorprendido, sino más bien sabiendo lo que debía hacer.
Habló con los dos de los que estaban en la primera línea de la
manifestación y les indicó que le siguieran hasta su despacho.
Mientras tanto, más gente se juntaba alrededor de los que
protestaban, Chan Chava y su padre habían llegado ya, Chío les vio desde lejos,
pero no hizo por saludarles, sujetando el crucifijo con las dos manos y
pegándolo al esternón, se acercó a uno de los campesinos de los que estaban en
la fila de atrás y preguntó discretamente lo que pasaba, la gente estaba tan
entretenida tratando de enterarse de lo que estaba ocurriendo, que la muchacha
pasó, milagrosamente inadvertida.
Entonces, se enteró primero que todos, y tal vez que a la par que
el Alcalde, de lo que sucedía: los campesinos estaban inconformes porque al
pueblo habían llegado sacos y sacos de cacahuate, con letras impresas en
inglés, por lo que es notorio que se estaba comprando cacahuate más barato
venido desde fuera, sabían que era más barato, porque si no fuera así, el
mantequero le seguiría comprando a los locales.
Lo que nadie mencionó, es que ese alguien que lo había detectado,
había sido el Rojo, quien unas semanas atrás, había visto llegar un camión
nunca antes visto por el pueblo y se acercó para averiguar de qué se trataba,
así que preguntó a los que descargaban que quién mandaba esos sacos, qué eran y
a quién estaban destinados.
•
Es un
empresa gringa, patrón, tiene un nombre curioso, mire, aquí aparece, - dijo uno
de los cargadores, señalando las letras que llevaba impresas el saco. El Rojo
leyó: “The Little Comidita”.
No hizo falta ya preguntar más, el Rojo supo lo que pasaba, el
mantequero había encargado cacahuate importado, puesto que los sacos
descargados estaban siendo transportados a su fábrica.
Cuando estuvo a punto de abandonar el lugar, apareció Don
Humberto, evidentemente atareado con la supervisión de la descarga del
producto:
- ¡Uy, Don
Humberto! Yo creo que ahora sí le falló el cálculo en los negocios, este
cargamento le va a costar lo mismo que un ojo de la cara y la mitad del otro,
porque, digo, si es importado, los impuestos elevan mucho el precio – dijo el
Rojo alzando las cejas y con la expresión que dejaba relucir una falsa e
irónica preocupación por el bienestar económico del empresario.
Don Humberto, ocupado que estaba supervisando el pedido, con una
sonrisa burlona, acercó su rostro al del muchacho y le dijo en tono despectivo:
- ¡Imbécil!
El Rojo le clavó la mirada durante el breve tiempo que tuvo a Don
Humberto enfrente, luego se retiró a planear lo que iba a hacer. Sin decir nada
a nadie, se ausentó por unos días del pueblo, durante este tiempo, investigó si
eran acertadas sus sospechas de que tan alegre intercambio comercial llevaba
algo podrido por dentro.
No sabía por dónde empezar, no se le ocurría dar con la razón por
la que el mantequero haya decidido traer cacahuate de tan lejos y no comprarlo
a los productores del pueblo mismo, como siempre había ocurrido.
Acudió entonces, a los que ya estaban muy fogueados en la lucha
contra el poder que consideraban mal ejercido, conocía a algunos nuevos
profesionistas que se entregaban a las causas perdidas del país.
En la ciudad, vivían dos sociólogos recién salidos de la Universidad,
pero ya con mucha experiencia en las movilizaciones sociales. Se puso de
acuerdo, y quedó en reunirse con ellos en una céntrica sorbetería.
En una de las mesas, sentados en adornadas sillas metálicas
pintadas de blanco, el Rojo los esperaba mientras degustaba un sorbete de
mamey, no esperó mucho, cuando llegó el que había concertado la cita con él,
acompañado de tres más, cuyo aspecto físico respondía a la descripción de
Quetzalcóatl: blancos, y aunque sólo uno era barbado, era evidente que estos
kilométricos y flacuchos muchachos no eran de manufactura paisana.
Los tres con las greñas peinadas hacia atrás y sujetas en una
coleta baja, saludaron amigablemente al Rojo, cuando Efraín, que así se llamaba
el que acudía a la cita, les presentó:
- Emilio,
mira, estos son Gary, Andreas y Leopoldo.
- Mucho
gusto, - dijo el Rojo ofreciéndoles la mano, amablemente, pero en su rostro se
podía adivinar el desconcierto que le causaban los tres acompañantes, - ¿y
Licho? – preguntó entonces por el otro amigo al que también había ido a ver.
- De viaje,
llega mañana, pero mira, te cuento, - dijo el tal Efraín, quien podía adivinar
lo que pasaba por la mente del muchacho, -Gary es…
- Soy pinche
gringo, - dijo el aludido con acento anglosajón y con tono divertido.
- No mames
buey! - dijo entonces el Rojo a Efraín, que sorprendido por la noticia se había
olvidado del exquisito léxico que procuraba tener siempre, - ¿ya tienes esas
compañías?
El anglosajón observaba todo divertidamente e intervino:
- ¿Qué pasó?
No todos somos iguales, por muy gringos que seamos, no todos somos militares o
espías, en mi país hay de todo.
- Si, ya. -
contestó el Rojo. – sólo falta que me digas que eres egresado de Harvard.
- Sí, pero
estudié el posgrado en Europa, de vez en cuando, a los harvarianos también se
les sale alguna oveja del redil.
- Ya, - dijo
el Rojo, claramente desanimado.
- Yo soy
griego, - dijo el que había sido presentado como Andreas.
- Y yo,
Español, - dijo el que quedaba.
- Pues no sé
qué hacer Efraín, me has dejado completamente descolocado, es que vengo a
contarte algo que tiene que ver precisamente con Estados Unidos. cómo sabes
que no es un infiltrado?
- Porque para
empezar, creo que no somos tan importantes como para que nos adjudiquen un
espía, luego, al chico lo hemos analizado, y la verdad es que no se puede
sospechar nada de él y, tercero, porque no puedo andar como un paranoico
sospechando de todo el mundo, así que tomo el riesgo, lo que sea que vaya a
ocurrir, que ocurra, somos tan poca gente que presentamos batalla al poder abusivo,
que cualquier ayuda viene bien.
- Si quieres
me voy, para que no desconfíes, -ofreció el gringo en tono comprensivo y
sincero.
- No,
quédate, si Efraín te trajo, yo lo acepto, confío en él.
- Además,
aquí donde le ves, es bastante divertido, tiene buenas ocurrencias, -dijo
Efraín.
- Así me
indicó la CÍA que lo hiciera, - dijo el gringo Gary, provocando la risa de
todos, incluyendo la del Rojo.
- Bueno,
ahora cuenta, - impuso en confianza, Efraín.
- Mira, en el
pueblo siempre había funcionado un molino mantequero que compraba una parte de
su materia prima a los productores locales y algunas veces, necesitaba
completarlo con el de alguno otro o traerlo directamente de la Ciudad.
- Ya, no me
digas más, ya sé de lo que se trata, no solo en tu pueblo, ya están inundando
al país con el fruto seco importado, todo es comprado a la empresa “The Little
comidita”, y dices bien, es empresa gringa.
- ¿Y eso es
legal?
- Completamente
legal, pero igual de podrido. Las importaciones están amparadas y regladas por
las leyes del país, es posible, siguiendo las leyes, importar casi cualquier
cosa, pero es aquí en donde está lo nefasto del tema, la Ley de Importaciones y
Exportaciones sufrió una mínima reforma la semana pasada, mínima, pero que va a
perjudicar a muchísima gente y va a beneficiar a unos cuantos.
- ¿Qué
reforma es?
- Antes, en
la Ley de Importaciones y Exportaciones se regulaba el mercado de alimentos, en
donde puede incluirse el cacahuate, precisamente, en el artículo 121, que le
daba preferencia, en primera instancia, a la producción local, y sólo permitía
la importación en caso de Escasez Nacional Declarada o bien, por la extrema
necesidad de regular precios abusivos, si estos han sido así determinados por
las instancias oficiales.
- ¿Cuál fue
el cambio?
- Agregar un
descarado bis al artículo que hace referencia exclusiva a la producción
nacional del cacahuate que con esta adición, ha dejado de gozar de protección
preferencial en la Ley y ahora puede importarse como si tal cosa.
- Pero aún
así, los impuestos de importación seguro que encarecen el producto.
- ¿Te crees
que son bobos? – intervino el gringo, - tienen ya muy bien estudiado todo el
mercado: la “The Little Comidita” es empresa pionera en tecnología transgénica
y en maquinaria de cultivo con tecnología punta, lo cual, con un menor coste y
en un tiempo récord pueden obtener cantidades ingentes de cacahuate, eso,
aunado con el hecho de que con el programa “Inmigración digna por legal”
contratan temporeros paisanos tuyos, por una tercera parte del salario que le
pagarían a un nativo, por ende, necesitan menos inversión, y no hace falta que
te explique por qué tus paisanos aceptan esas condiciones salariales, aunque
magro en Estados Unidos, sigue siendo comparativamente elevado con respecto a
los salarios de aquí. Además, los temporeros tienen el trabajo asegurado por
unos meses y con la tranquilidad que no van a tener que gastarse sus ahorros en
pagar polleros, ni tendrán que arriesgar el pellejo y que tampoco les va a
perseguir la “migra”.
- Y tú ¿cómo
sabes eso?, - preguntó el Rojo.
- Unos
compañeros biólogos y yo, luchamos en contra de la comercialización de
alimentos transgénicos, hasta que el tiempo no haya demostrado que no inciden
negativamente en la salud de los consumidores, hasta ahora, la mayoría de las
batallas las llevamos perdidas, pero seguimos luchando, ahora nos toca batallar
por el cacahuate y por eso estoy enterado de todo lo que han planeado para la
producción manisera.
- Y para que
los empresarios industriales compren el cacahuate a “The Little comidita”, hace
falta ofrecerles el producto más barato que la producción local, para lo cual,
la empresa necesita vender muchas toneladas, y para no cansarte, te diré que
van a inundar el país de este cacahuate transgénico.
- Lo de
transgénico, todavía no acabo de verle lo peligroso, lo que me preocupa es que
los campesinos de mi pueblo y de todo el país, se van a quedar con su
producción.
- Las dos
cosas son peligrosas, -explicó Leopoldo, - como ya te ha dicho Gary, los
efectos secundarios del consumo de transgénicos se desconocen, y sí,
efectivamente, los campesinos van a tener pérdidas porque su producto va a
resultar más caro en cuanto a producción y gastos de transporte, porque hasta
ahora, eran los compradores quienes acudían a sus productores locales para
comprarles el producto y eran ellos mismos, los compradores que se encargaban
de cargarlo y transportarlo hasta el molino, pues era fácil y barato, ya que
estaba dentro del mismo pueblo, pero “the Little comidita” se los lleva hasta
su negocio, lo cual, abarata todavía más la inversión de los industriales
mantequeros.
- Sí, -dijo
en tono meditativo el Rojo, - pero no creo que la fiesta les vaya a durar mucho
tiempo, piensa que el gobierno pertenece al Partido Obrero Campesino, no va a
resistir la furia de sus electores que hayan visto podrirse su cosecha.
- Definitivamente,
tú te crees que estos son bobos. Todo está perfectamente estudiado: Estados
Unidos ganará vendiendo mucho cacahuate, con el mercado asegurado, no corre
ningún riesgo, los mantequeros van a bajar el monto de su inversión y
aumentarán su margen de ganancias por la venta de su producto, ¿y el gobierno?,
perderá los votos de los campesinos, pero ganará en voto urbano que no tendrá
ni idea de qué va la cosa y se deje guiar por las explicaciones oficiales, -
contestó el español.
- ¿Sí? ¿Y qué
puede explicar?
- Pues la
verdad, viciada, pero verdad al fin y al cabo. Las importaciones crearán
empleo. Sí. No me mires así, ese es el argumento con el que piensa justificarse
tu gobierno campesino, dirán que las importaciones dará trabajo a conductores
de camiones, que las gasolineras venderán una parte del combustible que se
utilizará en la transportación del producto, y que “The Little comidita”
empleará a trabajadores nacionales para cargar y descargar el producto.
- Bueno, - trató
de razonar el Rojo – finalmente, si los campesinos se ven perjudicados en sus
cultivos, el remedio puede estar en emplearse en esta actividad, como cargueros
del cacahuate éste ¿no?
- Eso es lo
que van a argumentar nuestros sabios políticos. –aceptó Efraín.
- Pero no
creo que al POC le guste la idea de ver a unos pequeños productores que en
conjunto explotan una tierra que es suya, convertidos en mulas de carga.
- ¿No? ¿Y por
qué no? ¿crees que le va a llamar el POC mulas de carga a los que trabajan como
cargadores? Si también son supuestamente sus defendidos, y mirándolo bien,
también es un trabajo.
- Pues sí, -
reconoció el Rojo, - aunque no me guste, no lo puedo negar.
- No sería
tan malo si esto fuera tan fácil, pero en la práctica es algo horroroso que va
a causar más pobreza. - Dijo el griego.
- Explícate,
por favor, - pidió el Rojo.
- Vamos a
suponer que los campesinos de tu pueblo se tornan cargadores, ¿tú crees que ese
es un empleo en toda regla?, piensa, ¿cada cuánto llegan los camiones a tu
pueblo? ¿llegan a diario?
- No, pues no
sé, a lo mejor pasan meses y no vuelve a llegar otro pedido, - reflexionó el
Rojo.
- A lo mejor
meses no, si va bien el negocio, puede que tan sólo tarden algunas semanas,
pero…
- Ya voy
entendiendo, - dijo cuidadosamente el Rojo, para no perderse, -el tema es qué
van a hacer los nuevos cargadores durante esos días que los camiones de
cacahuate no llegan al pueblo.
- ¡Claro! Y
por trabajar un rato, algún día del mes, no les van a hacer un contrato laboral
ni la empresa cacahuatera, ni la transportista, ni el comprador. Verás cómo los
tres, les emplearán ocasionalmente y les pagarán cualquier cosa por descargar
los camiones.
- Les darán
“para los refrescos”, -vaticinó el Rojo, - eso harán, como que les conozco las loables
costumbres que tienen.
- Pues eso
mismo pasará con los choferes del transporte de Maní, -dijo Efraín.
- ¿Tú crees?,
eso me parece ya un poco más difícil, hay muchos transportistas independientes
que conducen su propio camión. – trató de aclarar el Rojo.
- Sí, -
continuó Efraín, -pero falta ver si van a contratar a éstos, porque, sería
interesante ver quiénes son los dueños de las grandes empresas de camiones de
carga. No te sorprenda que sean de gente muy cercana al PaDe y al POC, y esos
son los que se van a arrogar los mejores contratos porque van a obtener la
información de primera mano, sólo dejarán un xix para los pequeños
transportistas, para no tenerles tan enfadados, -explicó Efraín.
- Ustedes me
pintan un panorama muy negro ¿creen que el POC podrá explicar todo esto sin
quedar mal con sus votantes?
- ¿Y qué más
da? No todos sus votantes se verán afectados por estas medidas, a los
perjudicados, como siempre, nadie les dará un micrófono, sus gritos de reclamo
serán acallados, y sólo se escucharán las palabras de alabanza a éstas sabias
políticas, -dijo el español Leopoldo.
- Esto,
júntalo con el empleo de los temporeros que se irán al extranjero a trabajar
con el programa “inmigración digna por legal” que el gobierno contabilizará
como si se trataran de trabajos realizados en el país, añádele los trabajos
secundarios que su ingenio les permita sumar por todos lados, y ya tenemos al
gran Partido Obrero Campesino como el máximo empleador de la historia, -
completó Andreas el griego.
- Sin contar
todavía el rollito que van a meter diciendo que el cacahuate que importan es
mejor que el tradicionalmente conocido en el país, pues estará cargado de
complementos vitamínicos que sólo la ciencia y tecnología avanzada ha logrado,
- intervino el gringo Gary.
- Pero los
campesinos son muchos, protestarán.
- Sí, y para
eso estamos los universitarios que tuvimos la suerte de pasar por las aulas de
la verdad, hay que organizar su lucha, hemos tratado de alertar a algunos
productores, pero no hemos conseguido nada concreto ni organizado.
- ¿Tú conoces
a los cacahuateros de tu pueblo?
- Pues claro.
- Pues, si
quieres, podemos empezar por tu pueblo, si logramos organizar una resistencia
ordenada, es más fácil que los demás se unan a la lucha.
- Yo estoy
dispuesto. ¿cuándo empezamos?
- Antes que nada,
- dijo Efraín al Rojo –dime ¿no te afiliaste hace poco al POC?
- ¡Bueno! –
exclamó el español Leopoldo en tono de quien advierte un peligro.
- Sí, por eso
te digo que yo creo que se les va a acabar pronto la fiesta, me consta que
Macías es una persona muy cercana a los problemas de la gente más pobre del
pueblo, le he visto y le he escuchado.
Los tres muchachos escuchaban sin decir nada, pero sus rostros
reflejaban incredulidad, el Rojo se dio cuenta y continuó con su explicación.
- Yo creo que
con ellos en el poder, sí puede solucionarse el problema de la pobreza en el
campo, por eso me afilié, porque he aprendido que yo sólo, por mi cuenta, no
podía lograr nada, en cambio, con la fuerza de un partido, todo es distinto.
- Dinos una
cosa, - dijo Andreas, el griego, - si por un casual, suponiendo nada más,
claro, que tus ideales se enfrenten a los intereses del Partido, ¿tú de qué
lado estarás?
- De mis
ideales, por supuesto, yo me metí al Partido porque creo que así podré ver mis
ideales como realidades nacionales, sólo por eso, a mí no me interesa la
política más que para eso, estoy harto de ver pobres por todos lados.
- Si es así,
- intervino Leopoldo -prepárate, porque me da a mí, que serán ellos mismos, tus
propios compañeros de partido, los primeros en llamarte de todo, menos
“bonito”.
- Yo creo que
es gente comprometida, pero si no lo es, yo no abandonaré por ellos mis
ideales.
- Prepárate
de todas formas, - dijo Efraín, que con esto, dejó por zanjada la cuestión
sobre la lealtad del Rojo.
- Hay algo
muy importante, ¿piensas comentarle algo a tu Alcalde? ¿hacerle preguntas o
algo así? –cuestionó Leopoldo.
El cuestionado se lo pensó unos segundos y luego contestó
decidido.
- No, mejor
me callo y observo cómo se va comportando mientras planificamos una estrategia de
lucha.
El plan del Rojo y sus amigos fue sobre ruedas, el tal Efraín,
Licho y los tres extranjeros le ayudaron a organizar a los afectados por el
maní importado sin que se dieran cuenta en el pueblo. Los de la Ciudad y sus
amigos foráneos, eran ya sobrevivientes de muchas batallas en la lucha social y
el Rojo era verdaderamente inteligente para esas cuestiones.
El POC ni se olió todo lo que se tramaba soterradamente, porque
Emilio, el Rojo, decidió callarse y organizar a la gente después de comprobar
que el Alcalde no era quien en un principio decía ser, alguien que miraba por
los intereses del campesinado; lo tuvo claro cuando le escuchó calificar como
“un gran adelanto” la importación de cacahuate gringo, que traería prosperidad
al pueblo.
De tal manera, que cuando los campesinos, debidamente organizados
salieron a la calle a protestar, el tal Macías estaba verdaderamente
sorprendido con esta inconformidad y con los reproches que le hacían sus
“defendidos” campesinos, pero como buen político que era, la sorpresa no se le
notaba en el rostro, y empleó todas sus artimañas para salir del atolladero.
Quince minutos más tarde bajó junto con los dos protestantes
delegados, y se dirigió al resto:
- ¡Compañeros!
Comprendo la incertidumbre que nos crea a todos las cuestiones novedosas,
comprendo que mis amigos agricultores se muestren temerosos ante la llegada de
un producto nuevo, yo soy del partido que defiende a los campesinos y les
entiendo, pero también les digo, que como defensor de los intereses del campo,
de mi campo, de nuestro campo, no hay nada que temer, sino todo lo contrario,
antes bien, deberíamos de alegrarnos ante esta nueva oportunidad que se nos
presenta…
Y subiendo el tono de voz para darle emoción a la arenga, a la vez
que levantaba los brazos, continuó:
- Una
oportunidad de mejora, de progreso, de modernidad, comeremos, ya no como antes,
ahora, tenemos la oportunidad de comer lo mismo que come cualquier ciudadano de
un país rico. El cacahuate que ahora podemos consumir, es el mismo que degustan
los ricos ciudadanos del norte, ¡por fin empieza a llegar la igualdad entre los
países del Norte y los países del Sur! Esta es la globalización, ¡la humanidad
unida bajo un mismo cielo y compartiendo un mismo manjar!
- ¿Y qué
vamos a hacer con nuestro cacahuate? ¿a quién se lo vamos a vender?
- ¡A quienes
ustedes quieran! Nadie les prohíbe vender su producto, pero ahora, la
competencia que viene desde fuera, les hará mejores productores para que la
gente prefiera el producto de ustedes o del otro, o los prefiera por igual ¡es
aquí la grandeza de la globalización comercial! El producto local mejorará y
ustedes serán más libres para tratar comercialmente con quienes ustedes gusten,
ya no tendrán que tener su producción supeditada a la demanda de una sola persona
del pueblo, esto les da la oportunidad de encontrar otros clientes.
- Francamente,
-dijo otro-, yo lo veo difícil.
- Miren,
piénsenlo, y ya saben, para cualquier cosa que necesiten, aquí está su alcalde,
un alcalde ¡comprometido con su pueblo, con su gente, con sus obreros y con sus
campesinos!
El remate del discurso lo dio un aplauso, curiosamente, no de los
campesinos, que era lo esperado, sino por los curiosos que se habían acercado a
la manifestación, es decir, la clase media y los pocos ricos del pueblo, en
donde estaban incluidos Chava, su padre, el mantequero y sus vástagos.
El alcalde no dio una sola oportunidad más de réplica, hábilmente
dio por terminado el improvisado mitin y subió a su despacho. Poco a poco,
manifestantes y curiosos comenzaron a disgregarse.
Chío, que no pudo aplaudir a causa del pesado crucifijo, fue la primera en retornar a su casa, los Arámburu se reunieron con los mantequeros para intercambiar impresiones, las dos familias estaban sorprendidas.
- ¡Vaya! no pensé que el alcalde fuera tan razonable, pensé que se iría a poner necio a favor de los cacahuateros locales, -dijo don Humberto.
- Sí,-
concedió Don Salvador, - me ha impresionado gratamente, confieso que después de
oírle, me siento más tranquilo.
- A lo mejor
no nos va tan mal con él como temíamos – completó Chava.
- Ojalá, -
desearon los hijos del mantequero.
Mientras las tres familias se retiraban tranquilas a sus casas,
tres, porque Chío, también aprobaba solitariamente el punto de vista del
Alcalde, dos reuniones secretas se empezaban a llevar a cabo: la del Rojo, sus
amigos activistas de la ciudad, y los principales cabecillas de los campesinos
afectados, y, por otro lado, el Alcalde que había mandado a llamar al Jefe de
la Policía del pueblo, cargo que había sido nombrado por él y que había
recaído, como es lógico, en una persona de su más absoluta confianza.
- Comandante.
- A sus
órdenes Alcalde, - dijo el fatuo policía.
- Siéntate
por favor.
- Gracias.
- Ya has
visto lo que ha pasado ahí abajo. ¿sabes tú algo?
- Pues me apena
reconocerlo jefe, pero no, la verdad es que no sé qué es lo que pudo haber
ocurrido.
- Esto es una
alerta, quiere decir que debemos andar con mil ojos en este pueblo, todo esto
se armó aquí, en nuestras narices y no nos dimos cuenta.
- Pues me
apena reconocerlo jefe, pero sí, tiene usted razón.
- Ponte xux,
Comandante, por lo pronto, quiero que vayas a ver a Don Humberto, el
mantequero, trata de sacarle información, con el pretexto de preocuparte por su
seguridad, argumentando que algún inconforme se pudiera tomar la justicia por
su propia mano; sé discreto, que tampoco sé a qué tenemos que atenernos con
ese, siempre ha apoyado a los del Partido Demócrata.
- No se
preocupe, así lo haré, con su permiso.
- En cuanto
hayas terminado, vienes y me informas.
Tras el encuentro con Don Humberto, lo único que tenía en claro,
era que Don Humberto tampoco se “olió” nada, y lo único que recordaba y que
podía tener conexión con la manifestación, era aquel comentario que le hizo el
Rojo cuando llegó el primer cargamento de cacahuate importado. El policía, ni
tardo ni perezoso, fue a informar de inmediato a su jefe.
La sospecha de que el Rojo haya podido estar implicado en el
problema, le resultaba inverosímil al Alcalde, sin embargo, como no tenía por
donde comenzar las pesquisas ordenó:
- Muy bien,
pues empecemos por el Rojo, vigílalo, mira a ver con quienes habla, por otra
parte, manda a dos agentes de tu confianza a la casa de tres o cuatro de los
manifestantes que estuvieron aquí, y que les arranquen información, sea como
sea, ¿me entiendes? Que usen los métodos que sean necesarios. Tienen mi
respaldo.
- Sí jefe,
les mandaré a los más duros, van a hablar hasta en japonés, no se preocupe.
- Bueno,.
Para cuando el agente encargado de espiar al Rojo se puso a la
labor, el Rojo ya había acordado con sus amigos que no se volverían a reunir,
hasta pasado un tiempo, y fuera del pueblo, y que los de la Ciudad se irían al
día siguiente, dejando pasar un poco de tiempo, antes de emprender la segunda
parte del plan.
Mientras los luchadores foráneos esperaban la hora de partir, se
hospedaron en la casa de uno de los campesinos, los más pobres, por seguridad,
pues de esos nunca nadie se ocupa, pero a veces, los cálculos basados en lo
cotidiano se ven afectados por la casualidad desafortunada, pues los agentes
que habían recibido el encargo de indagar entre el campesinado, escogieron al
azar, precisamente esta casa para hacer sus primeras averiguaciones.
Llamaron a la puerta, cuando ésta se les abrió, enseguida uno de
ellos cogió a la mujer por el pelo y la arrastró hasta un rincón de la casita
hecha de yeso y paja, mientras que el otro encañonó al que ella consideraba su
marido, ya se sabe que los miserables de esta tierra no se casan.
- Así que
andas de revoltoso ¿no? Maldito indígena. Ahora vas a tener tu guerrita.
- ¿Qué
quiere? Pues ¿por qué éste trato? Yo no les he hecho nada y mi esposa tampoco,
suéltenla, pues.
- ¿Me das
órdenes? - Dijo en tono socarrón, y con el mismo tono continuó el policía
-¡mira, nos da órdenes y dice que él no ha hecho nada!
- ¡Ay!
¡pobrecito! – secundó el que tenía sujeta a la mujer y en el acto la pegó
violentamente a la pared blanca de cal pegando su pubis al cuerpo femenino
haciendo movimientos obscenos.
La mujer trató de quitarse de encima al policía, pero sólo
consiguió que éste la sujetara más fuerte, y que siguiera haciendo sus
demostraciones lujuriosas todavía con más fuerza.
- Compadre,-
dijo el policía que encañonaba al jefe de familia, - tú sí que eres
requetebuena gente, le vas a hacer el favor a la huira, ¡si hasta con premio
van a salir los aborígenes!
- ¡Ya
déjennos!, - gritó desesperado el encañonado, -¿qué quieren pues?
- Que nos
digas qué trama tu gente del cacahuate y quiénes están implicados.
- Sólo
queremos saber qué va a pasar con todo nuestro cacahuate y de qué vamos a vivir
¿eso es pecado?
- Pues según
cómo te portes, - le respondió pedantemente el policía, - puede que te
dejemos en paz. Podrías por ejemplo, empezar por decirnos quién está detrás de
todo esto; porque no nos chupamos el dedo, no nos creemos que ustedes puedan
organizarse ni para ir juntos al baño.
Los dos funcionarios se desternillaron a carcajadas que eran tan
sonoras, que llegaron hasta el patio, en donde estaban los tres extranjeros
jugando con los hijos del matrimonio. El gringo entonces, se dirigió al mayor
de los niños y le ordenó en voz baja.
- Vete de
patio en patio con tus hermanitos hasta que llegues a la iglesia, ahí métanse
no salgan hasta que alguien de nosotros vaya a por ustedes, ¿entendido? No le
digan nada a nadie, ni al cura, tu espera a tus padres o a alguno de los que
hemos estado aquí en tu casa estos días. Por favor.
- Pide a
cualquiera de los que estén en el parque que les ayude a cruzar la carretera,
tengan cuidado, y recuerden, no digan a nadie nada, esperen en la iglesia,
cuidado con la carretera, por favor.
Los niños obedecieron y desaparecieron al instante de ahí,
entonces, los tres extranjeros entraron por la puerta de atrás y el español
espetó:
- Suéltenlos.
Los dos policías les miraron sorprendidos, no habían advertido su presencia,
ni en la casa, ni ningún otro día en el pueblo. En eso, la cara del policía
obsceno se le iluminó.
- Ah, con que
extranjeros ¿no? Qué interesante, ¿puedes presentármelos indígena horroroso?
Preséntame a tus amiguitos y dime qué hacen aquí.
- Suéltalo,
yo te lo explico. – volvió a increpar Leopoldo.
- No, se
equivoca ¿españolito no?
- Sí,
español.
- ¡Mira
compadre! – exclamó burlonamente a su compañero, - ¡La reencarnación de De Las
Casas!
- ¡Ay Dios!
Pues no sabía que don “Frayba” era güerito. ¿no será la reencarnación de
Montejo? ¡Chispas compadre! No sabía que los mestizos estaban en vías de
extinción.
- Ahorita
mismo se lo averiguo, compadre. Huira, - dirigiéndose a su prisionera, - dime
¿qué haces con éste, mesticitos o rezar?
Al momento, los dos servidores del pueblo rieron sonoramente.
- Mira qué
abusada nos salió la huira, tiene a su güerito para mejorar su raza.
Los comentarios hicieron hervir la sangre de los cinco sometidos,
el español, gritó en tono imperativo.
- Suéltenlos
ya, por favor, y digan claro qué es lo que quieren.
- ¿Qué
hacemos compadre?, -preguntó el que sujetaba a la mujer.
- Creo que
nos llevamos a estos tres con el Jefe, y que él decida.
- ¿Y los
huiros “patarrajadas” estos?
- No podemos
llevarlos a todos, no cabemos todos en el coche, vamos a llevar a los “Montejo”
con mi Comandante y luego, a ver qué nos ordena hacer.
Ninguno de los tres pudo avisarles que los niños estarían
esperándoles en la Iglesia, desesperado, el griego pidió:
- Antes, por
favor, si los caballeros son tan amables ¿podrían dejar que les pagáramos los
gastos del hospedaje?
- ¡Ándale! y
¿qué acento es ese compadre? Le preguntó a su pareja.
- Soy griego,
-se adelantó.
- ¡Qué mujer
más abusada tienes, hasta con griego y todo! Le dijo al campesino.
- Ya
compadre, el deber nos llama, cuando terminemos nuestro servicio si todavía te
queda espíritu altruista, vienes a completar a la huirita, para que se la dejes
suavecita al indígena.
- Y tú
griego, no te preocupes por la paga monetaria, ya le pagaste con creces en
especie, te aseguro que la huira está más que conforme y agradecida, créeme.
- Por favor,
deje que les paguemos, no queremos ser huéspedes malagradecidos, - dijo el
gringo.
- Bueno, esto ¿qué es, la ONU? Vamos ya, a ver qué tonterías hay aquí.
- Gracias por
todo, lo único que lamento es no haber podido ir a vuestra preciosa iglesia,
como lo íbamos a hacer ahora -la palabra iglesia, la dijo Leopoldo, remarcando
un poco más el volumen y el tono, - para tomar unas estupendas fotos. Me
encantó la iglesia.
Los campesinos permanecieron en silencio sin saber muy bien a qué
se refería el supuesto turista.
- ¿Ve
compadre? Tenía yo razón, es el Frayba reencarnado, va a la iglesia.
- Ya no
vacile compadre, y no magulle a los güeros, no vaya a ser que nos metamos en un
problema diplomático.
El otro obedeció, y entre los dos, a punta de pistola los subieron
a la patrulla. Cuando llegaron, los presentaron directamente ante el Jefe de la
Policía.
- Mi
comandante, en cumplimiento de sus órdenes, le traemos los primeros hallazgos,
tres extranjeros se hospedaban en casa de unos revoltosos.
- ¡Qué
interesante! a ver, - dijo el Jefe, - ustedes tres, siéntense, ¿tienen
documentos?, pasaporte, quiero decir.
- Nuestras
cosas las tienen los policías.
- A ver,
busquen.
Los dos gendarmes hurgaron entre las mochilas de los muchachos y
encontraron lo que buscaban entregándoselo inmediatamente a su jefe.
- A ver ¿qué
tenemos aquí? - Dijo el jefe mientras empezaba a abrir uno de los pasaportes,
mientras los otros dos custodiaban sin quitar el ojo a los presentados.
- Bueno, de
momento, llévenlos a los separos, uno en cada uno, digo, para que estén cómodos
¿me entienden, no?
- Sí, jefe,
El Jefe de Policía se quedó en su despacho con los tres
pasaportes, y los dos subordinados se llevaron a los tres pseudo prisioneros.
- Antes, -
dijo el estadunidense que se sabía mejor posicionado que los otros dos, por el
consabido arrodillamiento de las autoridades de este país a la nación
anglosajona, - quiero hablar con mi consulado, no sé por qué se me detiene ni
por qué me han obligado a venir hasta aquí.
- No, si
ustedes no están detenidos, mi estimado turista, es sólo que los de este pueblo
somos muy hospitalarios y queremos que su visita sea placentera y muy
económica, les estamos ofreciendo hospedaje y comida gratis ¿en qué otro sitio
pueden encontrar algo mejor? Para que no digan que los de este país no sabemos
tratar a los turistas como se merecen. Y en cuanto a lo del consulado, no se
preocupen, enseguida les traigo a San Lincoln en persona para que les ampare.
Viendo que era inútil, ninguno de los tres insistió más, fueron
conducidos hasta las celdas que estaban incomunicadas entre sí. Los policías
volvieron al despacho del jefe para saber si seguían con el cateo
extrajudicial, o era suficiente por el momento. Acababan de entrar al despacho,
cuando hizo acto de presencia el encargado de vigilar al Rojo; haciendo el
saludo oficial, informó a su superior.
- Mi
comandante, le informo que la tarea encomendada ha resultado sin novedad, el
investigado ha desarrollado sus labores con total normalidad, ha estado en el
taller de su familia y no ha hablado con nadie que no hayan sido mujeres que
han ido a recoger sus encargos.
- ¿Todas
mujeres?
Por lo
menos, será la mayoría.
- ¿Huiras?
- No, de las
otras.
- Bueno, pues
al parecer el Rojo se conserva leal al Partido.
- Al parecer
sí, jefe.
- Y nosotros
¿seguimos averiguando?
- Esperen,
voy a hacer algunas llamadas telefónicas a ver si saco algo en claro sobre la
verdadera razón de estos tres en el pueblo, mientras, estense pendientes a
recibir nuevas órdenes.
El jefe policiaco levantó el teléfono y ordenó a la secretaria que
le comunicara con el Centro de Investigaciones de Inteligencia Nacional, el
CIIN. La información que consiguió fue nula, en este departamento lo único que
pudo obtener fue la sugerencia de que llamara a servicios migratorios, que a lo
mejor estos podían decirle algo.
- Vaya
central de inteligencia que tenemos, aquí se nos cuela Castro y estos idiotas
no se dan ni cuenta, el tal Centro es el Centro de Idiotas e Inútiles
Nacionales. – dijo hablando solo en su despacho al colgar el teléfono.
Evitó hablar a Migración, puesto que estos tendrían información
menos útil ya que su labor de investigación se limitaba a remitir al CIIN, la
lista de extranjeros que se internaban diariamente en el país y que habían sido
registrados en las aduanas. De tal forma que decidió hablar a la embajada
estadounidense.
Preguntó, cautelosamente por el nombre que figuraba en el
pasaporte, y, en efecto, era ciudadano estadunidense, americano, le dijeron en
realidad al funcionario, término que le hizo revolver las tripas con el hígado.
Después de no obtener más información de interés y de agradecer con suma
educación la magra atención de los “gringuitos” colgó el teléfono y sólo
entonces sacó todo el enfado reprimido.
- Americanos,
americanos, ¡qué americanos ni qué nada! Estos todavía viven el sueño de Míster
Monroe de los huevos, americanos, ganas tienen los gringos sucios estos.
Después del rotundo fracaso obtenido, decidió no llamar a las
embajadas europeas, su experiencia le indicaba que éstos no escrutaban a sus
ciudadanos por su ideología, al menos, no todavía. A decir verdad, a la
embajada estadunidense llamó con la vaga esperanza de que le informaran de
algo, únicamente con el anhelo de que el odio histórico hacia los izquierdosos
les hiciera perder las formas y se les calentara la boca, pero primó lo que él
ya se temía:
- Estos
malditos gringos, con tal de no reconocer que su Tierra está llena de
izquierdistas, son capaces de masticar piedras y tragárselas.
Además, ya sabía que el color del gobierno al que él servía,
tampoco ayudaba para que le dieran información alguna, su partido, ahora en el
poder, era declaradamente de corte marxista.
- Nos tienen
miedo a los de izquierdas, estos gringos.
Propio de las mentes chatas, o de los de mala entraña, no mostró
ningún rubor en manifestar esta contradicción. La descalificación que le
merecían los estadunidenses por su obsesivo rechazo hacia los de izquierdas,
sin detenerse a razonar que siendo él mismo parte de un gobierno que se decía
inspirado en el marxismo estaba investigando acerca de una persona,
precisamente por sospechar que era afín a esa misma doctrina y que le rechazaba
igual que los de la embajada, una contradicción que sólo los izquierdosos no
oficialistas ni oficiosos del país lograban entender, por haber padecido
siempre este doble discurso.
Tanto los Arámburu, como los mantequeros y la propia Chío, por
casual añadidura, eran ajenos a lo que se estaba moviendo en el pueblo. Suerte
que tiene el poder del dinero, se preparaba una gran “defensa” de sus intereses
sin ellos tener que manchar su imagen, el Partido que defendía a los Obreros y
Campesinos ya lo iba a hacer por ellos.
El Jefe de la Policía acudió a informar al Alcalde sobre los
primeros resultados de sus averiguaciones:
- Entonces, -
¿el Rojo no tiene nada que ver en todo esto?
- No, Señor
Alcalde, tal parece que no, o a lo mejor lo disimula muy bien, pero lo han
estado siguiendo y no ha hablado con alguien ni ha hecho nada que pudiera dar
indicios sobre su participación en la protesta de esta mañana, ahora mismo me
han informado de esto los vigilantes que le han estado siguiendo desde que
usted dio la orden, hasta ahora.
- ¿Y el
comentario que dice don Humberto le hizo el Rojo sobre los cacahuates?
- Pues a lo
mejor son viejas rencillas que traen esos dos, de cuando el Rojo aconsejó a los
empleados del mantequero para exigir mejores salarios.
- ¿Crees que
sea nada más eso?
- Pues yo de
momento dejaría en paz al Rojo, salvo que usted ordene otra cosa, además, ni el
propio don Humberto lo ve como claro sospechoso, sólo lo mencionó de paso, y
hay que tener en cuenta que la familia de los mantequeros son muy rencorosos,
odian igualmente al Rojo que a la corredora por haber rechazado al benjamín de
la familia.
- Sí, yo creo
que el Rojo es leal al Partido.
- ¿Qué
hacemos con los güeritos? Ya se cuentan por varias las horas que les he tenido
en el fresco bote, incomunicados, además, tuve que llamar a la embajada de
Estados Unidos.
- ¿Cómo?,
-preguntó sumamente exaltado el Alcalde, - ¿sin haberme consultado antes? Pero
¿tú quién te crees que eres para andar con diplomáticos?
- Es que,
jefe, no sabía cómo obtener información de sus antecedentes.
- Sí, pero si
pasa algo, ya saben que tú les viste y supiste de ellos, no podemos argüir que
no teníamos noticias de su presencia en el pueblo.
- Lo siento
jefe, pero esto sólo pasa con el gringo, pero no con el español ni con el
griego. Además, el CIIN, con el perdón, no sabían nada de nada.
- Pues eso, a
lo mejor, porque en realidad son simples turistas mochileros y nada más.
- Sí, pero
hay algo que no me cuadra, si fueran tres gringos, o tres españoles o tres
griegos, bueno, o si fueran tres europeos simplemente, o sólo estadunidenses y
canadienses por ejemplo, podría yo pensar que son amigos turisteando, pero ¿Qué
hacen tres individuos de dos continentes distintos, juntos, digo, no es
imposible que algo así suceda, pero es mucha casualidad que estén aquí, justo
cuando ha habido una revuelta; además el visado tiene una fecha ya muy atrás y
han solicitado ya varias veces la extensión de su permiso de residencia. Ya
tienen año y medio turisteando por aquí.
- Averigua
doblemente, ¿les tienes incomunicados entre sí?
- ¿Qué pasó
jefe? La duda ofende.
- Pregúntales
sobre esto a cada uno de ellos por separado, a ver qué explicación te dan, de
todas formas, como a lo mejor ya tienen preparada la respuesta, hay que
emplearse un poco en averiguar entre la huirilada alzada.
- ¿Qué pasó
jefe? ¿ya no tenemos permiso para emplear los medios que sean necesarios?
- No, hay que
ser duros si es necesario, pero que no se note, la presencia de los extranjeros
nos resta libertad, a ver si van a resultar periodistas.
- Periodistas
no creo, no vi nada de eso en sus mochilas.
- Ve a
interrogarlos y manda a averiguar otra vez entre los campesinos.
Una vez recibidas las instrucciones, el Comandante se levantó de
su asiento, y haciendo el saludo expresó:
- A sus
órdenes, mi Señor Alcalde.
La Policía retomó las indagaciones, el Jefe se encargó
personalmente de hacerle “el honor” a los extranjeros de interrogarles. Pero
los tres muchachos, a pesar de no contar con las sospechas que levantarían en
el interrogador la divergencia de nacionalidades, se limitaron a decir, lo más
amablemente posible que el estar encarcelados sin habérseles indicado la razón de
su aprehensión, ni habiéndoles enseñado la orden judicial correspondiente y sin
la presencia ni de su embajada ni de un abogado, era algo que podía traer
nefastas consecuencias al país.
- No se me
enoje güero, todo eso que usted dice, me lo paso por debajo, a mí no me hace
falta para hacer mi trabajo, que un Juez me diga cómo hacerlo, además, lo único
que figura de su internamiento en el País es el visado que nosotros les hemos
dado, y esa información sólo la tenemos nosotros, por lo tanto, si algo pasara,
nosotros nunca hemos sabido nada de ustedes y, ¿Quién sabe? A lo mejor estaban
atrapados en una red de narcos y les ajustaron las cuentas y los
desaparecieron, cosas así pueden suceder en el mundo.
Este mismo diálogo se repitió con los tres muchachos, lo que hizo
que el policía sospechara todavía más.
- ¿Cómo es
posible que los tres lleven el mismo tiempo en el país?
- Ya se lo he
dicho, somos turistas y estamos recorriendo el país desde el norte y ya estamos
a punto de adentrarnos en los países centroamericanos, como le dije antes,
pensamos llegar a la Patagonia.
- ¿Y de qué
viven?
- Un poco del
dinero que traemos, otro de la hospitalidad de los lugareños y otro poco de
apretarnos el cinturón, además, alguna vez, nuestras familias nos han hecho
algún envío, a mí por lo menos.
El policía sacó en claro que con estos no iba a averiguar nada, de
tal forma, que en el momento que iba a ordenar la continuación de las
indagaciones entre los mismos revoltosos, la secretaria le informó que un
campesino quería hablar con él pues traía algo que pudiera interesarle.
- Si nos
ayudamos, los dos podemos vernos beneficiados, Comandante.
- ¿Sí? Y a
mí, ¿cómo podrías tú, beneficiarme?
- Dándole lo
que busca para que se luzca ante su jefe, el Alcalde.
- Ah ¿sí? ¿y
qué es eso?
- Información
acerca de los manifestantes de la mañana, sé quién los organizó, bueno, más
bien, quien pudo haber sido.
- Pues habla
ya, que esta no es la hora del té, así que no tengo tiempo de platicar
distendidamente.
- Primero,
dígame que obtengo a cambio.
- Pues algo
muy útil para ti, créeme, habla.
- Hay tres
muchachos que son extranjeros que les he visto reunirse con todos los que
estuvieron en la manifestación, han estado entrando y saliendo de la casa de
varios de ellos.
- ¿Sólo los
tres extranjeros? ¿nadie del pueblo, o del país?
- No, yo sólo
los he visto a ellos.
- Bueno, muy
bien gracias, ya te puedes ir.
- Sí, pero
antes, mi recompensa.
- Ah, sí, tu
recompensa, pues mira gracias, eres un gran patriota que mira por los intereses
de la Nación y Dios te lo pagará, puedes tener el agradecimiento del Jefe de la
Policía de este pueblo que estrecha tu mano. Todo un honor.
- Pero…
- Puedes irte
ya, con la satisfacción de haber cumplido con tu deber de ciudadano, anda vete
ya.
- Pero…
- Que te
vayas ya, o llamo a dos agentes para que te saquen por la Puerta Grande y a
hombros.
- Pero yo le
informé.
- Vete, antes
de que te arreste por querer chantajear a un Alto Cargo de la Policía.
El soplón comprendió que la situación podía tornarse de clara a
negra, por lo que con la rabia en el estómago y las tripas avinagradas, se
retiró. El Jefe Policiaco, entonces mandó a los dos agentes de antes, a que
volvieran al mismo sitio en donde comenzaron las pesquisas para completar la
información.
Cuando los policías llegaron a la casa del matrimonio anterior,
éstos no se encontraban en ella, así que después de desordenar sus escasas y
modestísimas pertenencias, más para ver si había algo de valor que pudiera
servirles en lo personal, que para encontrar alguna evidencia, decidieron hacer
una “visita” a otra familia.
No contaban con la organización de los indígenas, el matrimonio
anterior, no sólo ya no estaba en casa, sino que, habiéndolo hablado con sus
hermanos de movimiento, decidieron entre todos, que este matrimonio de facto,
se refugiara en el pueblo de al lado hasta que amainara la tempestad político
social, pues la visita de los dos policías y el no volver a saber nada de los
tres muchachos extranjeros después de habérselos llevado de forma tan
arbitraria, les hizo sospechar lo peor, por lo que decidieron que, los demás se
quedarían juntos en algunas casas para protegerse y defenderse mejor de
cualquier posible represión.
Los dos policías comprendieron que ellos dos solos no podían hacer
nada ante tanta gente junta, informaron de esto a su jefe, quien en seguida,
mandó refuerzos, y entonces, después de la refriega, detuvieron a tres
muchachas, “sólo para hacerles unas preguntas en calidad de testigos”.
El resto de los campesinos protestaron y trataron de impedirlo a
toda costa, pero los policías tenían las armas, así que cuando el hermano de
una de ellas los encaró, un policía no dudó en dispararle directamente en la
cabeza, lo que dejó a todos inmovilizados, viendo cómo el cuerpo del muchacho
caía desplomado al suelo como si fuera una horrorosa película en cámara lenta.
Entre el estupor y la desesperación por querer evitar la
detención ilegal de las tres muchachas y por evitar la muerte del herido, no
pudo lograrse ni una cosa ni la otra, el muchacho falleció casi al instante y a
las tres jóvenes se las llevaron.
- ¿Qué le
vamos a decir al jefe sobre “el caído”?
- Pues, la
verdad, que se puso envalentonado y que no tuvimos más remedio que someterlo,
que todo ha sido limpiamente ¿o no?
- Limpiamente,
sí.
Cuando los enviados llegaron con sus tres cautivas ante su Jefe,
le informaron:
- Misión
cumplida, jefe.
- ¿Tienen ya
los nombres de los azuzadores?
- No, pero
estas nos pueden informar, dándoles, a lo mejor, una sobada.
El jefe las miró, las tres “mesticitas” que estaban delante de él
con las manos atadas hacia atrás, la cabeza inclinada hacia abajo y con el
peinado medio atado en moño y medio suelto de forma desordenada cayendo
mechones en forma arbitraria, señal del forcejeo y de la resistencia.
- Encierren a
dos, y me llevan a una a la sala de interrogaciones.
- A sus
órdenes mi comandante, pero antes, debo informar de algo más importante.
- Bueno, pues
habla.
Los dos gendarmes se miraron entre sí con cierto nerviosismo
- Es que
hubo, - se aclaró la garganta y continuó, - un caído.
- ¿Un
policía?
- No, uno de
ellos.
- ¡Me lleva!
¿pero cómo hicieron tal estupidez?
- Es que se
resistieron mucho mi comandante, estaban todos aglutinados, ya estaban
preparados, jefe, no hubo más remedio, por más que lo evitamos.
- Bueno,
hagan lo que he dicho, luego nos ocupamos de este asunto.
Los policías obedecieron, para cuando llevaron a una de las mayas,
su jefe ya estaba en la sala esperándoles, con el estadounidense sentado frente
a él y con todo dispuesto para el interrogatorio.
- Mira, ¿la
conoces?
- No, creo
que no.
- Ah, pues
vive cerca de tu hotel de cinco estrellas de donde te sacamos.
- Sí, pero
igual veía a mucha gente cerca de ahí, que vestía en forma parecida.
- Es una
pena, porque si ella no tuvo la dicha de que tú la conocieras, tendrá que ser
castigada por ello.
- ¿Por qué?
¿qué culpa se tiene nadie?
- Eh, ¡chs!
que aquí no estás en Gringolandia.
- Evidentemente.
- Ni tanto,
güerito, - contestó el Jefe policiaco, entrecerrando los ojos, como para hacer
un irónico gesto de falsa reflexión. - que también ahí se cuecen habas.
- También es
evidente.
- ¿Sabes qué
me llama la atención? Tu profundo conocimiento del español.
- Porque lo
estudié.
- ¿En dónde?
- En Estados
Unidos.
- Y también
entiendes el sentido figurado ¿cómo lo logras?
- Hay muchos
hispanohablantes en Estados Unidos.
- Buena
respuesta, eres listo, así que tenemos que aguzar el ingenio, - y dirigiéndose
al custodio - ¿quieres empezar tu a castigarla por su mal comportamiento?
- Yo, siempre
presto para lo que usted mande mi Comandante.
- Bueno pues
empieza.
- ¿Qué le van
a hacer?
Los policías no respondieron, llamaron a un custodio más y
entonces, el primer ayudante arrodilló bruscamente a la indígena, se abrió la
bragueta, la tomó violentamente por el pelo y la acercó a su miembro.
- ¡Déjenla! –
gritó el interrogado tratando de levantarse de su asiento, pero el tercer
custodio le sentó inmediatamente empujándolo de los hombros hacia abajo.
- No lo
maltrates, no quiero huellas, luego sus paisanos se pueden poner pesados, sobre
todo cuando se trata de reclamar a gobiernos progresistas, ya sabes que los gringos
nos odian precisamente por serlo.
El activista trató una vez más de disuadir a los funcionarios,
pero sabía de antemano, por experiencia, que iba a resultar inútil, cerró los
ojos, era lo único que podía hacer para evitar el humillante trato.
- ¿Por qué
hacen esto, para qué les sirve?
- Podemos
detenernos, si cualquiera de ustedes dos confiesa.
- ¿Qué
quieres que te confiese, según tú?
- Todo lo que
sepas de la protesta de los campesinos.
- Te firmo lo
que sea, todo lo que quieras para que quedes de maravilla con tus jefes, pero
primero, suéltala y deja en paz a cualquiera que hayas deseado someter a
tormento.
Apenas había acabado de decir la frase e inmediatamente se oyó
como un látigo, la cachetada que le propinó el policía, el anglosajón sentía un
calor cimbreante en la mejilla izquierda que se había tornado de color rojo
encendido.
- Aquí, no se
tortura, ¿a poco te hemos tocado?
- Bueno, como
sea, dejen en paz a cualquiera, yo asumo toda la responsabilidad, pongan lo que
quieran, y digan que yo fui el único responsable, dejen a esta gente en paz.
- No se trata
de quedar bien, se trata de llegar al fondo de los hechos, lo que tú nos
ofreces no nos sirve, queremos nombres, ¡nombres!
- Mira, yo no
veo ningún delito por ningún lado, lo único que veo es represión a la libertad
de protesta, aprovecha lo que te ofrezco, porque me vas a tener que soltar
pronto, no me puedes tener retenido e incomunicado por más tiempo.
- También eso
puede tener arreglo, ya les he dicho que en este país, cualquiera puede verse tentado
de entrarle al narcotráfico, y de esa no te saca nadie güerito.
- Sabes, que
en ese caso, mi país me juzgaría, tú no tendrías ese gusto.
- Bueno,
bueno, déjate de chismes, ¿me vas a decir lo que sabes?
- Yo no sé
nada de lo que tú quieres, pero te firmo lo que quieras, es todo lo que te
puedo ofrecer, a cambio de que me dejes libre a mí y a todos los que tengas
detenidos por el asunto que ahora te interesa, cualquiera que fuere.
Mientras el apresado negociaba, el que tenía a la muchacha tenía
ya mucho que había terminado con su cometido, situación que el gringo tomó como
una pequeña venganza secreta, tuvo muchas ganas de hacer guasa, pero se contuvo
por el bien de la muchacha.
- Está bien,
llévala – ordenó el jefe.
- No, liberen
a todos los que tengan.
- Sólo la
tenemos a ella.
- Antes de
firmar quiero comprobarlo preguntándole a los vecinos.
- Eso es
mucho pedir, tendrás que confiar en nuestra palabra.
- Libérenlos
a todos, y que me conste.
- Ya te dije
que tendrás que confiar en nosotros.
Era ya la mañana del día siguiente, el asunto de la protesta le
había ocupado todo el día anterior a la Policía y todavía seguía empantanada en
lo mismo. El Jefe de la corporación fue a informar una vez más a su jefe.
- ¿Qué
hacemos jefe? ¿le sirve el ofrecimiento del gringo?
- ¿Y los
otros dos?
- Lo mismo,
no quieren confesar, he empleado el mismo método, pero no sueltan prenda, ni
porque el griego presenció el “amable y humano” interrogatorio que le
hicimos a una de las campesinas.
- A lo mejor
les faltó más contundencia en la forma de preguntar para obligarle a hablar.
- Si le dimos
choques eléctricos en sus partes íntimas.
- Mira que
son malvados estos extranjeros, ¿y no se apiadaron de la muchacha? ¿Con todo
eso siguieron guardando silencio?
- Sí, jefe.
El Alcalde meditó unos segundos.
- Que te
firmen un documento los tres, en donde confiesan haber instigado a la población
a revelarse en contra de su legítimo gobierno elegido democráticamente.
- Bien jefe,
sólo una pregunta más ¿y los verdaderos culpables? ¿cómo vamos a saber quiénes
son y a ponerlos quietos para que no nos causen más problemas?
- Por lo
pronto, haz lo que te he dicho, esto nos servirá para lavar nuestra imagen ante
el resto del pueblo. No nos conviene nada el que haya una manifestación de
descontento, tenemos que resarcirnos del todo ante la opinión pública; de lo
otro, ya tomaremos cartas.
- ¿Qué
hacemos con las tres prisioneras?
- Hay que
esperar a que se borren las huellas del interrogatorio antes de cualquier cosa.
- Sí, jefe.
El subordinado se retiró, al momento en que la secretaria traía el
periódico. Ya en la soledad de su despacho, el Alcalde, café en mano, se
dispuso a enterarse de las noticias frescas, como titular aparecía que los
líderes políticos españoles habían concedido la Medalla al Mérito Humano,
Económico y Social al Presidente del Partido Demócrata, principal opositor del
POC a nivel nacional, la noticia le puso de muy mal humor, así que para cuando
le fue presentado el documento con la firma de los tres activistas
internacionales:
- Señorita,
convoque a una rueda de prensa, - ordenó a la secretaria, - para dentro de una
hora, que todo esté dispuesto en los bajos de Palacio, y que se anuncie por el
megáfono, para que se acerque todo aquél que quiera presenciar lo que ahí se va
a decir.
Colgó el teléfono y le dijo a su subordinado,
- Ya has
oído, dentro de una hora presentamos el documento y a los tres firmantes, así
que manda agentes suficientes para acordonar el área y más atrás, para que no
entren los revoltosos, que ni se acerquen siquiera, con discreción, por favor,
que estará aquí la prensa.
Todo estaba dispuesto, y ahí, reunidos en los bajos de la alcaldía
estaban tres policías custodiando a los extranjeros, el Alcalde y todo el
Cabildo delante de los representantes de los medios de comunicación que
acudieron a la convocatoria. El jefe de la alcaldía tomó la palabra:
- Buenos
días, quiero agradecer a todos los medios que hayan acudido a esta rueda de
prensa que tiene como finalidad informar sobre los eventos ocurridos ayer con
mis queridos compañeros los campesinos productores del cacahuate. Para mí y
para toda la gente que venimos del POC fue un duro golpe al corazón de nuestra
ideología, de nuestros principios de justicia social. Gran extrañeza nos causó
la inesperada protesta del campesinado cacahuatero, y éste, como es un gobierno
comprometido con las causas del pueblo, tuvimos a bien, acercarnos a los
manifestantes para poder entender lo que les inconformaba. Con gran sorpresa
pudimos descubrir la injerencia de intereses extranjeros mezquinos.
Con el documento arrancado a los tres muchachos en la mano, se
dispuso a leer su contenido, entre el público estaban los dos hombres Arámburu,
los mantequeros y Chío, crucifijo en mano, por falta de chaperón o carabina que
salvaguardara su virtud.
Chío escuchaba con atención y con indignación el documento, Chava
estaba verdaderamente furioso ¿cómo se atrevían esos tres extranjeros venir a
mal aconsejar a nuestros pobrecitos mesticitos para ir en contra de sus propios
intereses? El torero aficionado y aspirante de abogado miraba detenidamente a
los tres rubios flacuchos y altos.
El resto del público estaba más centrado en lo que leía el alcalde
que lo que sucedía alrededor, pero Chava tenía a flor de piel el sentido de la
orientación y la intuición de los buenos toreros muy bien cuajados, se quedaba
con la cara de los tres muchachos, de pronto advirtió un gesto en uno de ellos
que disimuladamente trataba de decir algo a alguien del público. Los ojos del
extranjero estaban muy abiertos y negaba con la cabeza en forma breve y disimulada,
imperceptible para el común de los mortales ahí reunidos.
Chava, al advertirlo siguió la dirección a la que miraban los ojos
del extranjero, y lo que descubrió no se lo creyó, miraba al Rojo que se
dirigía decidido hacia donde estaba el orador, el extranjero, con la mirada
angustiada le decía con la cabeza que no, el rostro del Rojo era iracundo ¿qué
estaba pasando? ¿Por qué ese extranjero miraba al Rojo? ¿Le conocía? ¿Tenía
miedo de que el Rojo hiciera algo? ¿Qué podía hacer el Rojo que angustiara tanto
al extranjero?
De pronto, también los otros dos miraron al Rojo y le pareció que
también ellos trataban de decirle o advertirle sobre algo; el Rojo se detuvo,
se quedó en silencio mirando la rueda de prensa con el rostro tenso y
visiblemente colérico, Chava se preguntaba si estaba iracundo por lo que habían
hecho los tres extranjeros en contra de “los intereses nacionales” o por otra
cosa ¿será que estos trataban de decirle algo? Chava no entendía nada, pues el
Rojo estaba plenamente identificado como aliado del Alcalde y del POC.
El alcalde terminó de leer el documento y entonces abundó:
- Como ve
estimado y noble pueblo, otra vez estamos ante la peligrosa intervención
extranjera, estos ciudadanos venidos de las potencias mundiales, que nos tienen
pisados y que les molesta que la voluntad popular haya elegido a un gobierno
progresista, comprometido con el bienestar de la gente y con su lucha para
salir adelante, quieren impedir la independencia absoluta de nuestro país.
Y señalando a los tres aludidos continuó:
- Para no
variar, tenemos a un ciudadano estadunidense, que se quiere adueñar de nuestro
país, a un español, que todavía no entiende que la guerra de Independencia la
ganamos nosotros, que ya no pueden venir a esclavizarnos, y como no lo
entienden, vienen a hablarle a nuestros pobres campesinos que tienen un alma
blanca para hacerles comulgar con ideales que van en contra de sus propios
intereses.
Hábilmente, el alcalde evitó aludir a la nacionalidad del griego,
pues no encontró algo que recriminarle a la patria helena, como tampoco era
conveniente hacer alusión a sus orígenes atenienses y espartanos porque en su
ignorancia, no podía establecer relación entre la cultura helénica con la
historia del país, ó más bien, no encontró afrenta por parte de los compatriotas
de Sócrates a la nacionalidad de la Región Maya, así que decidió que lo mejor
era pasarlo magistralmente por alto, continuando con su discurso libertador.
Los tres exhibidos aguantaban estoicamente la andanada de infamias
y mentiras, los rostros de indignación y miradas de odio de los presentes, se
dirigían hacia los tres rubios, sólo a Chava le intrigaba los sentimientos del
Rojo, estaba visiblemente iracundo ¿pero lo estaba por lo mismo que él o por
algo que no lograba descifrar?
De todas formas, Chava observaba verdaderamente con animadversión
a los tres muchachos, mirándoles fijamente a la cara le enfurecía más el
silencio que guardaban con la cabeza en alto. Pensaba que por si fuera poco
todo el mal que habían hecho, los muy cínicos se sentirán orgullosos de su gran
hazaña, - “malditos”, - pensó, mientras el alcalde estaba a punto de dar por
concluida la rueda de prensa.
- Quiero, que
mis queridos campesinos y mi amado pueblo estén tranquilos, su Alcalde y el POC
velará por los intereses de todos nosotros, no nos dejaremos mangonear por la
mano mezquina ni de Estados Unidos ni de la otrora Metrópoli, seguiremos
luchando por nuestra plena independencia, tanto política como económica. Y para
demostrarles que somos un país avanzado, les daremos un trato humano, no como
el que los estadunidenses le dan a nuestros paisanos que van a su país a
ganarse la vida honradamente, nosotros sí somos respetuosos de los derechos
fundamentales, les daremos un justo y legal retorno a su país en forma digna, no
como deportan ellos a nuestros connacionales.
Con esto, el Alcalde dio por terminada la rueda de prensa en la
cual no hubo apartado de preguntas y respuestas tal y como pidió cortésmente su
convocante, pues los acontecimientos ameritaban celeridad y sabía que contaba
con la comprensión de todos.
Tanto la prensa como los asistentes, formado exclusivamente por la
gente de clase media y alta, por supuesto, y la gente humilde que no
estaba involucrada en el sector del cacahuate, aplaudieron el discurso de la
autoridad y poco a poco, fueron disolviéndose. Chío y Chava se fueron cada uno
por su lado, todos comentaban lo presenciado, mientras Chío caminaba rumbo a casa, escuchaba la conversación de dos
muchachas que caminaban detrás de ella.
- Ay qué lástima,
¿cómo se les ocurre que pueden venir a armar alboroto aquí? Con lo pacíficos
que son nuestros mesticitos, quién lo iba a decir, esos tres muchachos, tan
guapos.
- Ay sí, a mí
el que me gustó es el español, parece artista.
- Sí, y los
otros dos tampoco cantan mal las rancheras, qué lástima que hayan hecho lo que
han hecho y que por eso se tengan que ir.
Chío las escuchaba y sonreía con la cabeza agachada para disimular
lo que le divertía la conversación.
En el despacho privado del Alcalde, se daba una nefasta orden:
- Ahora sí,
comandante, - dijo al Jefe de la Policía, - agarren al español y denle una
buena calentada como para que aguante que llegue el invierno hasta que acabe.
- ¿Y a los
otros dos?
- No a esos
sácalos ya.
- ¿Y no nos
meteremos en líos con España, jefe? A lo mejor se molestan en la Capital.
- Mira,- dijo
el alcalde mostrándole la nota periodística en donde el político opositor
recibía el galardón ibérico, -¿ves? Nos odian porque somos de izquierdas y
progresistas.
- Si, oiga,
este de aquí ¿no es el que estuvo con nosotros en la última reunión de la
Internacional Socialista? – preguntó el subordinado señalando a alguien en la
fotografía periodística.
- Claro que
es él, el muy traidor, lambisconeando a la derecha de su país y a la de aquí.
El muy traidor, por eso les vamos a mandar a todos esos politiquillos su
mensajito, calienta bien a ese, que sepan estos que tenemos dignidad, manga de
malagradecidos, les permitimos la entrada de sus empresas para que exploten
nuestros recursos naturales y van y le agradecen al idiota opositor, ¿se creen
que nosotros les damos menos de lo que ellos les darían o qué?
- Pierda
cuidado jefe, el mensaje será claro y contundente.
- Bueno, ya
sabes, que los otros dos no se comuniquen, los expulsas por separado, pero a la
voz de ya, que no los toquen, y al otro, cuando ya no se le note nada, lo
mandas a comer paella, y mientras tanto, que no lo vea nadie.
- A sus
órdenes.
- Ah, por
cierto, ¿qué constancia hay de la
aprehensión de los tres?
- Pues me
parece que solo un pequeño interrogatorio rutinario.
- Cerciórate,
si hay algo, que se destruya, no debe haber ninguna evidencia oficial.
- ¿Y los
testigos?
- Los
testigos son los mismos alborotadores, ya sabes, a la opinión pública se les
presentarán como delincuentes o terroristas, y quién sabe si hasta narcos, su
palabra no vale nada.
El policía se retiró a cumplir la orden. Ya en su oficina, ordenó
a otros dos, de los que él conocía como los más duros, que llevaran al español
a la sala de interrogatorios. El español, sin pronunciar palabra, contenía la
rabia esperando los trámites rutinarios su deportación, y trataba de asimilar
que por el momento lo único que le quedaba era colaborar para recuperar la
libertad. Después, ya vería lo que había qué hacer.
La puerta se abrió y entró un policía más con una de las tres
muchachas que habían sido apresadas.
- ¿Todavía no
la soltáis? Pero si firmamos ya el papel, ya nos van a echar a nosotros, ¿por
qué la retenéis? Ese no fue el acuerdo.
- Ábrete la
bragueta.
- ¿Para qué?
El policía arrodilló a la muchacha frente al español
- Que te la
abras, -ordenó cortando cartucho y apuntando en la sien femenina.
- No, por
favor, no la humilléis así, no os ha hecho nada.
- O te abres
el pantalón, o se muere ella.
- Mátame a mí
si quieres, déjala, lo que haces no tiene razón de ser, no hay nada qué lograr
con eso.
- ¿No? Sí que
lo hay, ésta abrirá los ojos y verá de lo que eres capaz y aprenderá a no
fiarse de gente como tú.
- Pero si
ella misma está viendo que nos estás obligando, no te servirá para lo que tú
dices. Déjala ir, si yo ya he firmado todo lo que habéis querido ¿qué más
queréis?
- Ya me
fastidiaste güero, desabróchate o me la trueno.
Leopoldo pensaba que no se atreverían a tanto, sin embargo, el
policía ordenó,
- Llévatela,
te la truenas en el monte y desapareces el cuerpo.
El policía que custodiaba a la infeliz, empezó a conducirla hacia
la puerta.
- ¡No!, -
gritó Leopoldo, - está bien, haré lo que me dices.
- Perdiste tu
oportunidad güerito, ¡llévatela!
- ¡No, por
favor! Hago lo que queráis, por favor.
- ¿Qué hago?
Me la llevo ¿o qué?
- Está bien,
les daremos la última oportunidad, pero rapidito, que ya perdimos mucho tiempo
con tus idioteces.
Leopoldo, el español, se abrió la bragueta del pantalón y con
mirada acongojada le dijo a la muchacha que ya la tenían de rodillas frente a
él.
- Perdóname,
por favor, no sé lo qué hacer para evitarte esto.
Los dos, con el rostro empapado en lágrimas, empezaron
dolorosamente a cumplir con el mandato policial. La pena, la vergüenza y el
miedo cumplieron el cometido de Leopoldo, de no reaccionar como hubiese
reaccionado en circunstancias normales. Después de un rato, la forzada
actividad sexual fue interrumpida por las carcajadas de los policías.
- Uy, es
cierto, no es un tópico, los españoles son cancalaces.
- Pues sí, no
se le puede echar la culpa a la chamaca, porque a mí me consta que conmigo sí
funcionó.
Entre burlas se llevaron a la muchacha, Leopoldo, con la cabeza
agachada, no podía evitar echar lágrimas de impotencia. Un policía entonces le
dijo.
- No te
preocupes güerito, eso no te volverá a pasar, aquí te vamos a curar la
mariconería.
Leopoldo no contestó, pero no le parecieron palabras de buen
augurio, estaba verdaderamente asustado ¿qué estaba pasando? ¿Por qué no lo
soltaban ya? Y Andreas y Gary ¿en dónde estarán? ¿Estarán pasando por lo mismo?
- Tráete la
escoba, con un palo muy largo, resistente, para que podamos barrerle la
jotonería a éste.
Seguro que en comparación de cómo quedó el de Leopoldo, el rostro
de Jesucristo terminó mucho más reconocible después del martirio; lo que hicieron
con el supuesto invasor malintencionado azuzador de campesinos no lo merecía ni
Hitler. Molido a palos y a violaciones lo dejaron hecho un harapo en una celda,
incomunicado todo el tiempo hasta que no quedaron huellas visibles del tormento
y sólo entonces, lo expulsaron del país.
En el tiempo que estuvo recluido, lo único que pudo averiguar
mediante un guardia que parecía no ser tan ruin como los otros que le habían
torturado, es que la muchacha campesina, compañera de dolor en ¿qué era?
Interrogatorio, castigo o escarmiento, estaba en su casa, pero no pudo
averiguar nada de sus dos amigos, y por supuesto, ni loco que estuviera para
preguntar por el Rojo, sabía que si le involucraba, al infeliz le tratarían
peor de lo que lo hicieron con él, ya averiguaría lo que fue de todos ellos.
Entre la fecha en las que constaba el supuesto descubrimiento de
conspiración internacional, probado por la fecha de publicación de la rueda de
prensa y la fecha de deportación, había un largo periodo de tiempo, lo cual, se
le ocurrió a Leopoldo que iba a ser de gran utilidad en la demanda que pensaba
poner en contra de las autoridades responsables de todo esto. Pensó en esa
posibilidad y logró ponerse un poco en paz.
Los campesinos también recibieron “su merecido”, muy bien recibido
por cierto, que muchos se fueron del pueblo, y a los otros, no les quedó ganas
ni de que las tripas les chillaran alto, para que no se las oyeran los
policías.
- Dicen que
la policía les dio un escarmiento a los de la protesta cacahuatera, - Informó
Don Salvador a su hijo.
- ¿Qué
escarmiento?
- Parece ser
que les dieron alguna calentada para que no dejaran que vinieran gentes
extrañas a inculcarles ideas extranjerizantes.
- No me
alegro, pero ellos se lo buscaron, se les hizo fácil andar de revolucionarios.
- Sí, luego
algunos anduvieron llorando como maricones, ¡valientes revolucionarios!
- Y a los
extranjeros, ¿qué hicieron con ellos?
- Los
expulsaron del país.
- ¿Nada más?
¡qué barbaridad! Después de que ellos fueron los instigadores de los pobres
campesinos ignorantes, se fueron impunemente.
- Este
gobierno arrodillado a los países ricos.
- Bueno, pero
al menos, parece tener las ideas más o menos claras en lo que se refiere a la
política económica que más conviene al País.
- Sí, si
sigue así, nosotros no obstaculizaremos su labor; ahora, cuando vengan las
siguientes elecciones, trataremos de que el Partido Demócrata vuelva al poder,
estos rojos solamente lo inmoralizan todo.
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